Te acostumbraste a mí
como a tu sombra
que es hija de la luz sobre los cuerpos
y siempre está si luce una bombilla
en tu penumbra
como a la soledad y al despropósito
del tiempo sobre el alma
y a la lengua rasposa de los gatos
que te lamen la ausencia.
Te acostumbraste a mí
como al desgaste del amor
y a la desilusión y al golpe bajo.
Soy la carne que nunca sedujiste
con tu bala perdida,
el mal que se hace crónico en las sienes
como una leve enfermedad que ignoras,
el bisbiseo cómplice en labios del absurdo
tras el cristal del tedio,
sólo un cero a la izquierda del pasado
que no suma en la cuenta del olvido.
No me acostumbro a ser casi invisible
y tan inoportuna
como luna de día
en los ojos insomnes de un lunático.
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