Me pillas mal. Me pillas más que mal.
Tanta luz en las calles
y yo con las farolas apagadas.
Me cuesta recordar que una vez muerta
se puede respirar. Que frase a frase
una puede inventarse los veranos
y extraviar la razón en cualquier cuerpo
por divertirse un rato, pero recuerdo bien
que no hay modo alguno de nacer
limpia de polvo y paja
en este antro que tan bien conozco.
Ya no quiero ser casa de acogida
ni refugio de nadie.
No quiero ser guarida de sabandijas varias.
Me niego a dar a luz poemas huecos,
a hacer de las palabras un túmulo apestoso
sin darme el gusto enorme de meterle candela
por los cuatro costados,
y dejarlos, ahí, apoltronados, recibiendo alabanzas,
cuando tengo tan claro que son pura bazofia.
He perdido la fe en la palabra
a la vez que en el hombre
o en la justicia
o en la religión,
y, de verdad, no sé de dónde saco
esta cara de estúpida alegría
para tratar con los que aún la tienen
en estas Navidades tragicómicas,
donde el rencor se esconde tras las máscaras
y los muertos se ahogan en alcohol.
Aunque me acerque a ti,
me cuesta recordar la taquicardia
de mi potente síndrome de Stendhal
que nunca supe cómo controlar.
Salvo los ojos nuevos de mi niño
nada me lleva al vértigo.
Mis labios como látigos, sólo dicen
lo siento.
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