Se acortan los silencios
casi como los días
sólo porque regresas con el paso cambiado
anticipando otoños y sepulcros
para seguir llenando de oraciones
palimpsestos de vidrio
que habías enterrado
en el frescor insómnico de las noches vernales
mecido por la hamaca de un cómodo ostracismo
que te mantuvo a salvo de felinos.
Le he puesto tu nickname a la última necrópolis
surgida entre las vides de septiembre
para los vesivilos inconstantes
como tú
devoradores de doradas uvas
que me van a acosar con sus preguntas
aunque conozcan todas las respuestas
de mis labios de invierno.
No sé si ha muerto Dios aburrido de orgías
harto de bacanales
pero su lengua vive
porque tú sigues vivo
-columbario de ideas luctuosas-
con el sosiego extraño y nostalgioso
que a veces tiene el mar
y te contagia, hipnótico,
en su eterno abandono.
Has llegado, supongo,
que huyendo hacía adelante
con el gesto violento del verano
latiéndote en los ojos.
Tu boca
temulenta de soles
quiere besar la sombra.
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